Quitar el pie

El otro día estábamos cenando un grupo de amigas en casa. Luisa se ha separado hace unos meses de su pareja, y nos contaba lo mal que lo pasaba cada vez que queda con su ex. Entonces, Merche se levantó (...)

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Raquel Ayala Romera

6/5/20242 min read

El otro día estábamos cenando un grupo de amigas en casa. Luisa se ha separado hace unos meses de su pareja, y nos contaba lo mal que lo pasaba cada vez que queda con su ex. Entonces, Merche se levantó y le pidió a Luisa que se levantara también y se pusiera enfrente de ella. Cuando Luisa se colocó, Merche empezó a pisarle el pie y le preguntó si le dolía. Luisa contestó que un poco. Entonces Merche echó más peso en el pie y Luisa dio un pequeño ¡Ay! Y Merche preguntó de nuevo si le dolía, a lo que Luisa contestó que ahora más. ¿Y por qué no quitas el pie?, le dijo Merche.

Es nuestra responsabilidad el cuidarnos, y el cuidado incluye protegernos de lo que nos hace daño. No sabemos si Luisa sigue quedando con su ex porque se siente culpable, porque aún está colada y no puede soltar la relación, porque mantiene la esperanza de volver o porque quiere quedar bien, lo que sí sabemos es que cada vez que queda con él, tras un subidón inicial, se queda echa polvo un par de semanas. A veces somos incapaces de siquiera imaginar que podamos retirarnos, que podamos quitar el pie. No nos damos cuenta de otras posibles opciones de comportarnos porque siempre lo hemos hecho así. Es como si estuviéramos jugando a tirar de la cuerda frente a un precipicio, y estamos cansados, sabemos que podemos caer al abismo, pero no se nos ocurre la opción de soltar la cuerda y dejar de jugar.

¿Por qué nos cuesta tanto cambiar una conducta aunque sepamos que no es lo mejor para nosotros? Porque si está en nuestro repertorio es porque ha servido en otras ocasiones, y por eso se ha quedado. Y, probablemente, nos salvó de un marrón cuya magnitud es proporcional a lo que cuesta deshacernos de ella. Así que, cuando pensamos en otra opción, solo pensarla, podemos sentir cómo se nos acelera el corazón, empezamos a sudar… Nos sentimos igual de desprotegidos que en el momento en que empezamos a actuar así, y el cuerpo nos avisa. Hace falta mucha valentía y mucha compasión con nosotras mismas para poder hacerlo diferente, y no es nada fácil, por muy claro que lo tengamos en la cabeza.

Las dos Fridas, de Frida Kahlo